MÁS ALLÁ DEL CONSTRUCTIVISMO
Con la nuevas Pedagogías,
el aula de clase puede ser reconocida como un lugar propicio donde los
alumnos/as se expresen de acuerdo con sus propias competencias, habilidades y
necesidades, para ello es fundamental el rol del docente como un promotor
y no como un ejecutor protagonista único, es decir permitir que los alumnos
asuman su rol de manera activa, comprometidos y conscientes.
Cabe resaltar, que los
contenidos curriculares deben formar parte de un todo integrado. Las propuestas
de trabajo deben ser auténticas, genuinas y significativas y, para ello, han de
ser presentadas de manera que el alumno pueda utilizar un pensamiento
divergente.
Lo expuesto conduce
necesariamente a una didáctica enmarcada en lo que se puede denominar
constructivista. Desde esta perspectiva, se tiene en cuenta que el sujeto
que aprende, va construyendo con apoyo, andamiaje y con sustento del docente el
propio proceso del aprendizaje. En efecto, la didáctica docente debe estar
basada en los intereses y necesidades de los alumnos, y en consecuencia se
requiere de una dinámica de trabajo diferente. Ejemplo, en los centros de
aprendizaje, trabajos cooperativos, proyectos de investigación entre otros que
se pueden incluir según el caso.
Mas allá del
constructivismo, se puede inferir cuales son los ejes principales que
diferencian un curriculum basado únicamente en la enseñanza de las disciplinas,
de otro que busca que el proceso de aprendizaje esté sustentado, además, por el
poder hacer, pensar, comprender, reflexionar y crear.
Sandra Schneider (2004),
expresa que se le debe "permitir a los alumnos que hagan, que piensen, que
comprendan, que reflexionen y sean creativos". Esto significa pensar
en un alumno activo que descubre, que se involucra, que se interesa, que
coopera, y para ello es necesario propiciar un entorno y una motivación
adecuada.
LA NOCIÒN DE INTELIGENCIA
La civilización occidental
desde hace miles de años, han apreciado el conocimiento, difícil hoy en día de
reestructurar, debido a que se conserva la posibilidad cognitiva del niño/a,
aplicando test de reconocimiento de su coeficiente intelectual, considerando la
idea de inteligencia como única o monolítica y convergente lo cual implica
rotularlo para toda la escolaridad.
Este modo de inteligencia lleva, a
menudo, a hablar de los alumnos inteligentes brillantes, despiertos, en relación
a este último, en ocasiones se les atribuye efectos alteradores al ambiente y a
la escuela y hasta quizás inamovible de las estructuras del pensamiento.
Las pedagogías tradicionales o
conductistas, sostuvieron durante años que cada uno nace
con un coeficiente intelectual determinado y que el mismo permitirá o no adquirir
mayor o menor grado de conocimiento.
Por otro lado,
John Locke, empirista inglés, en el siglo XVII, tenía el concepto de que el
alumno era como una “tàbula rasa”, es decir como un sujeto que llega a la
escuela carente de cualquier conocimiento válido para el aprendizaje escolar.
Es decir el aprendiz debía recibir y
asimilar como por arte de magia todo el conocimiento impartido. Desde esta concepción,
entonces, el docente cumple un rol fundamental: que es impartir el conocimiento
mientras que el alumno ocupa un lugar poco activo y poco participativo.
Por tanto,
vale la pena repensar que el papel de la escuela, cuando hablamos de
potencialidad se está diciendo que en la escuela y en relación con pares y
adultos, el niño puede desarrollar habilidades que aún no han salido a la luz.
De igual manera, otras investigaciones enfatizan
que la inteligencia es modificable. Por
lo tanto, si la inteligencia o la posibilidad de poder aprender no son estáticas
ni responde a patrones únicamente genéticos,
se está ante una nueva visión, en un ámbito
donde la mediación y la motivación del docente cumplen un rol fundamental.
Desde esta perspectiva y con respecto a
la cognición humana, se comienza a pensar en una mente
estructurada según varias competencias más o menos autónomas entre sí, lo que
implica que las diferentes inteligencias humanas, o competencia intelectuales,
coexisten, conviven y se combinan según múltiples factores: Culturales,
sociales, biológicos, ambientales. Esta perspectiva propone conocer los perfiles
intelectuales de los alumnos, para luego estimular las fortalezas y acompañar a
los niños/as en el trabajo con sus habilidades.
La inteligencia según interpretaciones científicas
actualizadas, es un producto social y cultural y, por lo
tanto, debe ser considerada con cierta relatividad. Lo que es inteligente en
una cultura, podría ser irrelevante en otra.
En consecuencia, se
puede decir que una conducta inteligente es aquella que enfrenta y satisface
con éxito los desafíos internos o externos que encuentra a su paso. Desde esta
misma visión, un docente creativo posibilita, el “poder hacer” a sus alumnos
puesto que abre camino hacia el propio estilo de aprendizaje. Por tanto es
necesario, en primer lugar comprender el uso activo del conocimiento y por el
otro, empezar a pensar de manera diferente en las prácticas educativas, que
involucren a los estudiantes al debatir, reflexionar, el inferir, el explicar,
el postular y argumentar.
Otros
autores consideran que la inteligencia es un concepto que no tiene definición posible,
ya que solo puede reconocerse a través de la realización de conductas típicamente
“inteligentes” y en contraposición con otros sujetos y con otras acciones. De allí
que, se ve la inteligencia, habilidades del pensamiento, desarrollo
cognoscitivo y aprendizaje como engranajes de un mismo motor.
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